Pasé el verano
soñando, suspirando,
sufriendo por imposibles
e ignorando los posibles.
Pasé el verano
temblando, gritando,
lanzándome al vacío
una y otra vez.
Lo pasé huyendo,
llorando y añorando.
Añorando utopías
que nunca llegaron a existir.
Pero, de pronto, llegó el otoño.
Y crecí
y no me di cuenta.
Y en un suspiro, maduré.
Escapé de la inocencia
que tanto me condenaba
a estrellarme contra la realidad.
Porque dolía. El golpe dolía.
Y cesaron las tormentas de verano
y los caóticos vendavales.
Pero, de pronto,
ya no había nada.
Y se calmaron los incendios
de mis bosques estivales
pero sus hojas se desprendieron
y nada volvió a ser lo mismo.
Entonces, fui consciente
de que de ello trata la vida;
de estúpidas estaciones
a las que te acabas acostumbrando
mientras olvidas los tiempos pasados.