de sembrar la certidumbre en mi cabeza
pero, entonces, llegó la noche
y sólo había metáforas
y esa estúpida antítesis que me provoca
la débil línea entre la vida y la muerte.
Así son mis anocheceres
en los que deseo perderme por Madrid
sin miedo a volver a encontrarme
y templar el éxtasis de las hipérboles
de mi artista atormentada.
Las luces están encendidas
y la vida apagada
pero, sin embargo,
siempre nos quedará la luna
y las típicas historias entre el humo de un bar
que, a diferencia del mundo,
se acuerda de nosotras.
Entonces, deseo llamarte
y mentirte que estoy bien
que mis infiernos se han apagado.
Que sólo quiero que me quieran
como yo te quise a ti.
Y llorarte. Por última vez.
Las luces son preciosas
rojo, naranja, magia, poesía,
Pero la vida no se enciende
y mi alarma suena todas las mañanas
con la esperanza de no ser ignorada.
Como yo lo soy cada día.